Presentación

Visión Monista





El planteamiento de algunos filósofos es el monismo en donde el alma y cuerpo no son de naturaleza radicalmente diferente sino manifestaciones distintas de la sustancia única que constituye la totalidad de las cosas (arqué).
Esta filosofía sostiene la existencia de una sola sustancia a la que pueden reducirse como manifestaciones suyas de la totalidad de seres del universo. Se establece un único principio al que se reduce todo lo real.

El monismo es un sistema filosófico que sostiene que en la última instancia, sólo existe una sustancia primaria en el universo; así, para el monismo materialista, la sustancia primigenia del universo sería la materia y, por el contrario, para los idealistas sería el espíritu esa sustancia básica.
Para los filósofos monistas materialistas contemporáneos la materia formada en la Gran Explosión dio lugar al universo y sólo esta materia explica la realidad.

Características del monismo:
  • Admisión de una única sustancia o principio fundamental originario.
  •  Afirmar que esa única sustancia se manifiesta en una pluralidad de seres individuales   con propiedades en apariencia distintas e incluso contradictorias entre sí.
  • Como tesis ónticas, la afirmación de que gnoseológicamente, es posible armonizar la     aparente oposición y diversidad de los seres individuales y reducir a todos ellos en si     misma entidad, al principio o sustancia única del que se derivan.


Monismo Materialista:

Los partidarios de un planteamiento monista de la cuestión niegan la existencia de la mente como una realidad distinta del cerebro y adoptan alguna forma de reduccionismo, tratando de explicar los fenómenos mentales en términos físicos o biológicos.
Las posturas reduccionistas consideran, en general, que la distinción entre la mente y el cerebro es debida a la insuficiencia actual de nuestros conocimientos acerca de los procesos cerebrales, pero que el desarrollo científico futuro permitirá reducir los fenómenos mentales a fenómenos puramente físicos o biológicos que tienen lugar en el cerebro.


Monismo Espiritualista: 

Los partidarios de un planteamiento monista de la cuestión niegan la existencia de la mente como una realidad distinta del cerebro y adoptan alguna forma de reduccionismo, tratando de explicar los fenómenos mentales en términos físicos o biológicos.
Las posturas reduccionistas consideran, en general, que la distinción entre la mente y el cerebro es debida a la insuficiencia actual de nuestros conocimientos acerca de los procesos cerebrales, pero que el desarrollo científico futuro permitirá reducir los fenómenos mentales a fenómenos puramente físicos o biológicos que tienen lugar en el cerebro.

2.1. Visión Dualista



Platón plantea una interpretación del ser humano similar a  la  que  planteaban  el  orfismo  y  el  pitagorismo:  el  hombre  es  una  realidad  dual,  está formado por la unión de dos elementos, uno que proviene del mundo sensible: el cuerpo; y otro que pertenece al mundo de las ideas: el alma. El hombre es por tanto un compuesto de cuerpo y alma o, como dirá siglos más tarde San Agustín, un alma encerrada en un cuerpo.



Platón  afirma  que  el  alma consta  de  tres  “partes”  (entendiendo  el  término  “parte,  no  como  si  el  alma  estuviese dividida  en  partes  materiales,  sino  como  “función”  o  “principio  de  acción”):  racional, irascible  y  concupiscible.  Estas  tres  partes  están  en  conflicto  entre  sí  y  representan distintos aspectos de las actividades psicológicas del ser humano: la razón, las pasiones o sentimientos nobles y los apetitos o deseos, respectivamente. 



a) Aspecto racional: cuya misión es el conocimiento, la ubica en la cabeza. Es la que diferencia al ser humano de los animales y es el aspecto más elevado e inmortal por estar  emparentado  con  las  Ideas.  Es  la  parte  que  podemos  considerar  separable  del cuerpo.  Su  virtud  es  la  sabiduría  (sofía),  se  rige  por  la  razón  y  su  función  es  el gobierno racional del cuerpo conforme a lo inteligible y perfecto.

b) Aspecto  irascible  o  emotivo es  común  a  los  animales  y,  por  no  ser  separable  del cuerpo, es mortal. Su virtud es la fortaleza (andreía), se rige por el valor y en ella residen los impulsos nobles, los deseos de fama, honor y la rebelión ante lo injusto. Su función  es  la  de  impulsar  a  la  acción,  la  de  querer: permite  que  los  seres  humanos superen  el  dolor  y  renuncien  a  los  placeres  cuando  la  parte  racional  así  lo  decida. 

c) Aspecto  concupiscible:  es,  como  el  anterior,  no  separable  del  cuerpo  y,  por  tanto, mortal. Su virtud es la templanza (sofrosine), es decir, la moderación de los placeres, se rige por el deseo y su función es la de manifestar todo aquello que desea el cuerpo. 



De modo general, esta visión postula que el hombre es: por un lado, cuerpo, y por otro, espíritu, es decir un ser dual, partido en dos. 

Debido a todo lo que se desarrolló en base a este pensamiento se empezaron a crear o interpretar ideas como estas: 

Si el hombre es cuerpo por un lado y espíritu por otro y, entre contexto, lo más importante es el espíritu y lo menos importante el cuerpo, muchos creyentes, por ejemplo, pensaban que: “hagamos lo que más nos plazca con el cuerpo, pues, que a la final es nuestro, que del espíritu ya se encargará Dios.” 





2.4. Hacia una visión integradora de la comprensión del hombre




La verdadera visión o teoría integral del ser humano debería incluir el cuerpo, la mente, el alma y el espíritu tal y como se nos presentan en su despliegue a través del yo, la cultura y la naturaleza. Debería tratarse de una visión comprehensiva, equilibrada e inclusiva, una visión que abrazase la ciencia, el arte y la ética, una visión que englobase todas las disciplinas (desde la física hasta la espiritualidad, la biología, la estética, la sociología y la oración contemplativa) y se expresase a través de una política integral, una medicina integral, una educación integral, una espiritualidad integral...



El término integral significa reunir, unir, relacionar, abrazar, pero no en el sentido de uniformar o eliminar las fecun­das diferencias, matices y tonalidades que colorean nuestra plu­ral humanidad, sino para llegar a reconocer la unidad-en-la-di­versidad y tener así en cuenta tanto los factores comunes que compartimos como las diferencias que nos enriquecen. Y lo di­cho no sólo es aplicable exclusivamente a la humanidad, sino al Cosmos en general, ya que debemos encontrar una visión más comprehensiva en la que quepan tanto el arte como la ética, la ciencia y la religión y no pretenda reducirlo todo a un fragmento favorito del gran pastel cósmico.

Sin embargo, la propuesta de la psicología moderna es que para poder hacer un adecuado diagnóstico y explicación del ser humano, es necesario considerarlo como un ser compuesto por las misma estructuras mentales, biológicas y conductuales, que son interdependientes y mutuamente influyentes pero consideradas como parte de una unidad. Esto implica que todas las enfermedades físicas y todas las desadaptaciones psíquicas son al mismo tiempo psíquicas y somáticas.

Las consecuencias prácticas de esta concepción en su aplicación al ser humano son múltiples. Si queremos realmente entender al ser humano para poderlo desarrollar y estimular o para revertirle algunos problemas, éstas tienen que estar basadas concepciones integrativas que consideren al mismo tiempo los aspectos psíquicos y biológicos del ser humano.


Adoptando una perspectiva más descriptiva y empírica que metafísica, la Biblia no conoce una división cuerpo-alma del hombre: las dos dimensiones, espiritual y corporal, están en una simbiosis total. La distinción entre alma, espíritu y carne va dirigida a acentuar tal o cual aspecto del único ser que es el hombre. Como poseedor del alma, el hombre es un ser vivo que debe su existencia a Dios y que es capaz de relaciones personales y de sentimientos: debido al espíritu, el hombre es el testimonio vivo del poder de Dios, la expresión más elevada de la fuerza creadora de Dios. Alma y espíritu atestiguan más claramente la «proximidad» que existe entre Dios y el hombre; al contrario, en cuanto a la carne, el hombre es el ser vivo que, como otras criaturas, tiene un cuerpo, una dimensión «material» que, aunque le confiere cierta caducidad, no por ello carece de dignidad ni deja de ser buena a los ojos de Dios. En virtud de su constitución ontológica o «condición» singular el hombre trasciende al mundo, aunque pertenece a él: es «pariente» del cielo y de la tierra y en cuanto tal es destinado a la resurrección final. La Biblia, aunque excluye una visión dualista del hombre, se refiere indiscutiblemente a la copresencia de dos dimensiones del ser humano: la corporal y la espiritual, afirmando que, en virtud de esta última, el hombre es «imagen y semejanza» de Dios.

El encuentro entre el cristianismo y la cultura helenista tuvo un doble efecto. Por un lado. La visión unitaria bíblica fue siendo sustituida por una perspectiva eminentemente dualista: el cuerpo y el alma son las dos substancias que componen al hombre; por otro, se acentuará la superioridad del alma humana. Pero los Padres rechazarán la concepción del alma como parte o emanación de la divinidad y la de la unión alma-cuerpo como resultado de una especie de castigo: para ellos, todo el hombre, alma y cuerpo, está destinado a vivir la gloria futura.
A partir del s. XII se verificó un notable cambio de perspectiva, gracias a la acogida del pensamiento aristotélico que condujo a una nueva visión antropológica. Tomás de Aquino, el representante más lúcido de la nueva orientación filosófica y teológica, afirmará que la unión entre el alma y el cuerpo es parecida a la que existe entre la materia y la forma substancial; a pesar de ser realmente diferentes, el alma y el cuerpo del hombre no poseen una autonomía propia antes de la unión; en el momento de la unión, el alma se hace forma, es decir, actúa, vivifica a la materia, que a su vez recibe de ella la existencia, la perfección y las determinaciones esenciales. De aquí se deriva la profunda compenetración del alma y del cuerpo en el hombre: su unión no es accidental, sino substancial, profunda. Todas las acciones del hombre, en esta perspectiva, son el fruto del concurso de ambas «dimensiones». La unidad cuerpo-alma lleva a concebir la muerte como disolución provisional y casi innatural de la unidad misma, mientras que permite dar un sentido profundo a la promesa bíblica de la resurrección de la carne. Además, se justifica así profundamente la dimensión social e histórica del hombre.

Entre las intervenciones del Magisterio sobre la relación alma-cuerpo hay que señalar finalmente la Gaudium et spes del concilio Vaticano II, donde, según la perspectiva típicamente bíblica, se habla del hombre como unidad de alma y cuerpo que, «por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material» y recuerda que el hombre «no debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día».  Pero, al lado de esto, se remacha la convicción de que el hombre trasciende el mundo material, debido a su propia espiritualidad y a la posesión de un alma inmortal.

2.3 Posibles consecuencias etho-políticas de las visiones insostenibles

2.3.1 De la visión monista.

El considerar que el hombre es nada más que materia lo lleva al extremo de la cosificación, hace comprender al mundo que el hombre es objeto ilimitado de explotación que ha tomado énfasis en la modernidad y posmodernidad.



2.3.2 De la visión dualista.
Al considerar el hombre conjunto de dos partes, alma y cuerpo conlleva a verle fraccionado.
Creer que el alma es superior al cuerpo y como consecuencia se considera al hombre desencarnado del mundo, por esta visión se determina como algo no necesario para realizarse humanamente, a tal punto que el hombre se aparte de él.
El conflicto cuerpo-espíritu, es un dilema viejo que se lo sigue determinando se lo ha retomado bajo el problema mente-cerebro, se manifiesta Ruiz de la Peña que se debe discutir más del problema (el ser del hombre) y (el valor del hombre). Si el hombre es más valor es más ser. El ser revela el obrar, de ahí que el hombre no puede ser reducido a simple biología o materia.
Como lo argumenta Ruiz de la Peña la cuestión del espíritu, conlleva a un problema ético y político: El hombre reducido a materia queda a merced de las leyes de la física y nada más un hombre experimentable igual que el mundo y las cosas.
A modo de conclusión de esta crítica por el hombre no han sido superadas y han vuelto a la carga por dos fenómenos  a.-) El capitalismo neoliberal que se ha afianzado en lo materialista en la filosofía del tener Y; b.-) La posmodernidad que exalta unilateralmente el culto al cuerpo a través de la filosofía de la estética que ha generado en un estetismo.

A partir de estas tendencias y de la antropología personalista y cristiana no se puede sostener una visión dualista o monista del hombre esto llevaría a una fracturación del ser.